El Escorial y el Monte Abantos,
por Kurt Schleicher
Hay ocasiones en que uno tiene deseos
especiales de buscar PAZ, con mayúsculas. Con un poco de concentración, se
logra mirando hacia el interior de uno mismo, pero no es tan fácil. Hace uno
fuerza y fuerza, trata de relajarse, se piensa en algo bello y, de repente,
¡zas! se te aparece un Nirvana en pequeño. Pero ése de repente se consigue muy pocas
veces; lo más normal es que te distraigas con cualquier mosca voladora o
cojonera que tengas cerca y no haya manera.
Pero hay lugares que facilitan el acceso a
ése pequeño Nirvana interior y que te hacen reflexionar, sentirte mejor y estar
en paz con uno mismo.
Uno de ellos lo tenemos muy cerca, y lo
cierto es que el entorno es muy conocido, pues es nada menos que El Escorial.
Pero el lugar preciso al que me refiero está algo más arriba, en la cumbre del
Monte Abantos. La vista que hay desde allí no desmerece otras más ambiciosas en
los Alpes o en otras cordilleras; hombre, es más modesto que subirte al Everest,
naturalmente, pero si va uno buscando paz y no tiene tiempo de ir tan lejos, se
puede encontrar allí.
El miércoles pasado quise rememorar el lugar,
pues hacía tiempo que no había subido; el pronóstico anunciaba que aquél día
sería el último agradable y primaveral, y que volvía el invierno. Así que, ni
corto ni perezoso, salí para allá. Tampoco era el mejor día, pues estaba
levemente brumoso, pero muy soleado.
Primero te encuentras de repente con El
Escorial en primer plano, en toda su majestuosidad, imponente, serio y
dominador. Después, pasada la
impresionante fachada, hay que dirigirse hacia el Hotel Felipe II por una
estrecha carretera. Una paradita allí para tomarse un cafetillo tampoco está
nada mal; el lugar es agradable y predispone a una charla tranquila. Será por
eso por lo que es frecuente que se celebren allí simposiums o conferencias.
Una vez el estómago caliente, a continuar por
la estrecha carretera monte arriba hasta un pequeño puerto que se llama de
Malagón (me imagino que hay otro Malagón en Málaga, pues si no, ir desde Málaga
a Malagón sería algo largo y complicado). Allí ya la vista es espectacular,
pues la amplitud es tremenda.
Hay un
pequeño embalse y al fondo ya está la provincia de Ávila. El aire es más puro y
se respira a fondo. Desde allí hay que caminar hacia la derecha en dirección a
la cumbre pasando por un tupido bosque; de repente se abren los árboles y te
tropiezas con un lugar único, donde está situada la Cruz del Abantos. Caminas
hacia el precipicio que tienes enfrente y te vuelves dar de bruces con El
Escorial, pero esta vez desde arriba. Dan ganas de pillar un parapente y salir
volando hacia allí…
Al estar al pies de esa modesta cruz,
sencilla y sin ningún ornamento y a la vez tan majestuosa, te dices a ti mismo
que para sentir esa Paz no hay nada mejor que estar allí, respirar aquél aire
límpido y reflexionar o rezar, lo que pida el cuerpo, que suelen ser ambas
cosas. Sentarse a la sombra de la Cruz, mirar hacia el Escorial a tus pies
donde están enterrados tantos reyes y media historia de España, hace ver que la
majestuosidad no está en los reyes, que al fin y a la postre terminan allá
abajo todos bien apiñados, sino ahí arriba, cerca del Cielo. Tanto afanarse por
conquistar tierras, por ser los reyes de un pueblo, amontonar riquezas,
dictaminar sobre la vida y el futuro de los vasallos y ciudadanos sobre los que
pretenden tener algún “ordeno y mando” y al final terminan todos ahí abajo, a
mis pies. Ambicionar bienes materiales
está muy bien…, pero como todo, dentro de un orden; total, para acabar así,
igual que los demás, no parece que valga mucho la pena.
Allí te das cuenta que el rumbo de la vida
debe llevar también hacia el interior y que el mundo que te rodea es
maravilloso, que es estupendo estar allí arriba y sentirse agradecido por estar
vivo y bien.
La verdad es que me gustaría que cuando
termine de estar vivo no estaría mal que dispersen mis cenizas cerca de esa
Cruz, flotando por encima de aquél desde allí pequeño monumento que alberga
allá abajo tantas “majestades”, sonriendo desde mis cenizas volantes…
Al volver me tropecé con un enorme almendro
en flor, el primero que veía tan grande y tan completo en esta primavera. El
milagro de las flores: se van amontonando en familias mirando hacia la luz;
parecen preciosas mujeres con blancas túnicas anhelantes de amor. Me metí entre
las ramas y empecé a tirar fotos; ¡qué belleza! A veces pasamos por al lado y
no nos damos cuenta de lo bello, lo simplemente bello.
Las fotos que acompañan son el testimonio de
aquél día. Al final he añadido un par de fotos más del monte Abantos desde la
lejanía, con sus nevadas cumbres. ¿No es majestuoso?
La Cruz de Abantos
Vistas desde la Cruz
El
Escorial
KS, 29
Abril 2013
Aquél paraje es magnífico. Solo decir que a aquella Cruz se la llama "La Cruz de Rubens" porque, al parecer, hasta allí llegó el flamenco la única vez que salió de la capital, para pintar su vista de El Escorial.
ResponderEliminarSi se continúa el viaje, por la cuerda, en dirección a La Salamanca, se pueden ver pozos de nieve antigüos y una vista increíble de la parte trasera del Valle de los Caídos.
Muy hermoso tu relato.
Gracias, Miguel Angel.
ResponderEliminarEfectivamente, estuve hablando con un guarda forestal y me informó que si continuaba por ese camino se llega primero a unos pozos de nieve antiguos y después hasta el Valle de los Caídos desde arriba. También se puede continuar por el camino a pie desde la Cruz de Rubens (no lo sabía, gracias) hasta la caseta de Benito,desde la que hay una vista espectacular. Me imagino que en días claros se verá Madrid y sus rascacielos con cierta nitidez.